El apego de los isleños por Menorca va más allá de ser su simple tierra natal. Quizás es ese amor, ese instinto de protección maternal, lo que más ha beneficiado a la isla en las últimas décadas. Lejos de la urbanización descontrolada de otros territorios, la sencillez y el orden que reinan sobre el terreno, añaden un extra de calma al paisaje.
Fue en 1993 cuando la UNESCO declaró la isla como Reserva de Biosfera, gracias al equilibrio conseguido entre progreso social y económico, y respeto por el territorio y la tradición. Sostenibilidad, una palabra que ahora está tan de moda, era, y sigue siendo, seña de identidad de la isla.
El camino iniciado en los años 90 ha marcado la línea de actuación política, social, medioambiental y turística, con un respeto máximo por el paisaje y la conservación del entorno. Un camino, sabemos ahora, que no tiene un final. Como no lo tiene el amor de los isleños por Menorca.